Un Zen Occidental : Hablar de zen sin traicionar la vía
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Hablar de zen

sin traicionar la vía

Una entrevista de Éric Rommeluère (mayo 2008)


P. ¿Es difícil hoy en día hablar de zen?

R. Existe, en efecto, una cierta dificultad para expresar completamente la profundidad de esta vía. Incluso si generalmente se sabe que se trata de una tradición venida de Oriente, el gran público la asocia a menudo con una simple actitud de tranquilidad: zen es cool, sin imaginar necesariamente que se trata de una búsqueda autentica del despertar que demanda múltiples compromisos. A veces incluso es presentada como una simple técnica de relajación, sin verdadera aspiración religiosa o espiritual. El uso publicitario de la palabra sin duda ha contribuido a esta confusión: mi coche es zen, mi banquero es zen. En algunos años el término se ha convertido en una palabra bonita que sirve para todo, tres letritas de gusto oriental. No es tanto hablar de zen lo que es de hecho difícil, es dar testimonio sobre la verdadera transformación a la cual invita esta vía, muy lejos de la tranquilidad insulsa que la palabra parece transmitir a menudo.


P. ¿Finalmente el zen no se ha convertido, para muchos, en sinónimo de bienestar?

R. Sin duda. Todos sentimos que el mundo se vuelve difícil, que el futuro es inquietante o que nos interroga por lo menos. Se puede pensar que, en las condiciones que son las nuestras, la meditación nos permitiría adquirir algún bienestar, cierta serenidad. Sin embargo la meditación no puede ser reducida a un simple método de apaciguamiento. Ciertamente la paz interior es necesaria, incluso fundamental, pero no es mas que para trabajar mejor sobre la materia de nuestras vidas. Para el zen, y diría que para todo el budismo, estar bien no puede ser la finalidad sino la condición del camino. Tenemos necesidad de una base hecha de confianza y lucidez para entrar en contacto real con nosotros mismos. El zen no es un método de gestión del yo o de adaptación al mundo, es una práctica de la provocación. Se provoca la propia ceguera, la propias cólera, la propias avidez. Kôdô Sawaki, un maestro zen japones, decía: la práctica del zen no es distinta de la práctica de la perdida. La palabra es fuerte. Pero escucho en ella la voluntad de no confortarse, de no satisfacerse, sino de ir a lo mas profundo de si mismo, incluso con el riesgo de ya no estar del todo en paz.


P. Una práctica de la pérdida: ¿Se trata de un ejercicio del abandono?

R. Sí. Se descubre aquello que se es, no en tanto que individuo, que se llama de tal o cual forma, sino aquello que actúa en nosotros mas allá de nuestras singularidades. Se comprende ciertamente mejor la historia personal de uno en sus diferentes dimensiones, psicológica, emocional o corporal, pero esto no es más que para ir más allá mejor. En la meditación zen se está introducido de entrada en una dimensión del ser que no reposa ni sobre un deseo personal ni sobre una norma social. Si busco una ventaja o un reconocimiento por la meditación, me impido abordar esa dimensión. La meditación se debe ofrecer a nosotros como una radical ruptura con todas las estrategias ordinarias, todas las estrategias de evitación o de deseo. Y por eso se recomienda no hacer nada en especial y abrirse a la pura presencia. No existe mas que una única manera de hacer: soltarlo todo. Se hace burdamente al principio, el acto de sentarse es en sí un formidable abandono. Después se aprende a reconocer las estrategias del ego, el trabajo se refina poco a poco. Por ejemplo, parecemos estar atrapados en constantes dilemas; ¿la meditación consiste en cuidarse o en pelearse contra si mismo? Ni lo uno ni lo otro. La apuesta del zen está ahí, si se puede tocar este punto fundamental del ser, donde todo no es mas que pura presencia, apertura incondicional, puede tener lugar una conversión interior. Experimentaremos siempre nuestros límites, pero esos límites ya no aparecerán con la forma de obstáculos o problemas.

 
P. ¿Se puede considerar que es universal el zen?

R. Durante un viaje de estudio y práctica a Japón, en 1988, me encontré a uno de los mas altos dignatarios de la escuela Sôtô zen. Lo encontré con varios practicantes europeos zen. Este maestro no hizo, en resumen, el siguiente discurso: "El zen es una tradición japonesa, creada por japoneses para japoneses. Vosotros no habéis nacido en esta tierra y todos vuestros intentos de comprenderlo y de practicarlo estarán necesariamente condenados al fracaso. Mejor haríais dejándolo." Esto fue muy chocante pues, por supuesto, si yo lo practico es porque pienso que puede decirme algo a mí, que soy occidental. El zen está evidentemente encarnado, posee dimensiones culturales, y sin embargo no lo veo como un objeto cultural en absoluto. No habla mas que de lo humano en nosotros. Yo lo practico pues todos los enseñantes zen japoneses que he seguido, a diferencia de este maestro, compartían esta misma visión de que el zen no tiene nada que ver con Oriente o Occidente, con el pasado o el futuro. Vinieron a Europa, a América, convencidos de que el zen podía igualmente habitar en nuestros corazones.


P. Usted habla de un zen occidental. ¿Que significa esto?

R. El zen es una celebración de la vida y usted, yo, cada uno entre nosotros, podemos entender aquello que nos dice. Creo que tenemos necesidad de un zen de Occidente. Pero la expresión se puede prestar a confusión. No entiendo un zen light que estaría adaptado a nuestras necesidades consumistas o a nuestros deseos narcisistas, sino un budismo zen que entiende completamente la situación que nos es propia para hacer surgir toda la alegría y toda la belleza. Un budismo que sería completamente fiel al dharma, encarnándose en nuestro tiempo y en nuestras vidas, asumiendo el riesgo de presentarse de forma enteramente distinta. Usted conoce a Chögyam Trungpa. Su escucha de Occidente y su fidelidad al dharma le obligaron a modificar radicalmente la presentación del budismo tibetano. Se puede estar de acuerdo o en desacuerdo con sus innovaciones, pero tan solo se puede rendir homenaje a su voluntad imperiosa de decir el dharma. Su ejemplo es para meditarlo. El budismo no se enseña a partir de principios preestablecidos. En el budismo existe esa bella palabra upâya que significa "habilidad". Upâya designa esta capacidad de poder responder a una situación dada. Imagínese que acompaña a una persona anciana que tiene grandes dificultades para andar. Le tiende la mano de una cierta manera. Ella siente que puede apoyarse en usted. Usted no la fuerza y, al mismo tiempo, usted no es negligente. Además te adaptas a su paso. No andas a tu ritmo sino al suyo, que es mucho mas lento. ¿Que haces entonces? Creas un espacio de confianza, ensanchas su espacio, permites a esta persona que experimente de otra forma sus límites físicos, de forma que pueda avanzar. La habilidad, la upâya, la adaptación, es esto: permitir a cada uno crecer, expandirse cualesquiera que sean sus condiciones.


P. ¿Entonces como adaptar el zen en Occidente? ¿Hace falta, por ejemplo, modificar los rituales, hacerlos en francés o en su lengua de origen?

R. En todos aquellos que enseñan el budismo zen en Occidente, bien sea que parezcan adaptar la forma oriental o bien asumirla escrupulosamente, escucho siempre la misma cuestión: ¿Cómo ser hábil? Todos parecen estar preocupados por la situación. y desgraciadamente no creo que haya una respuesta prefabricada pues lo prefabricado está creado fuera de cualquier situación. Yo mismo utilizo pocos rituales, privilegio poco la forma. Esto me parece mas adaptado al contexto de los centros urbanos. Pero el debate no debe ser si hacen falta mas o menos rituales, sino ¿cual es el ritual mas adaptado para transformar nuestra vida?


P. Como se puede aprender el zen en Occidente, ¿Es necesario, por ejemplo, un maestro?

R. Esta tradición siempre se ha transmitido de persona a persona. Nosotros somos seres humanos, es decir que nosotros vivimos, crecemos en las relaciones humanas, y tenemos necesidad de estar relacionados. En el zen un maestro es indispensable. ¿Por qué? Por que posee tres aspectos: Antes que nada se trata de un guía, de un hermano mayor; con delicadeza nos enseña a meditar, nos explica las enseñanzas budistas. Es un maestro de aprendizaje. Este es sin duda el aspecto mas elemental, y sin embargo es necesario, por que nos hace falta aprender. A continuación es un testimonio; nos muestra directamente lo que es el dharma, debe ser la prueba viviente de que el dharma existe. Es el maestro que nos inspira. Su presencia debe volvernos alertas y alegres. Finalmente el maestro, y sin duda este es el aspecto mas difícil de comprender, de ver y de comprender, está ahí únicamente para deshacer nuestras estrategias, nuestras falsas apariencias. Es el maestro que libera. Ahí está su verdadero y último papel. Todo nace de ahí. Debe enseñar, mostrar, suscitar el abandono. Tan solo eso.


P. Se dice que se trata de una trasmisión de corazón a corazón.

R. Sí. El corazón es la imagen de un espacio de pureza y desnudez interior. El maestro y el discípulo se encuentran en este espacio. El trabajo es real, alegre, agotador a veces, pero siempre vivo. Necesita confianza, respeto, voluntad compartidas. Existe una metáfora en el zen. Decimos que la relación del maestro y el discípulo es como la que une una gallina y un pollito preparado para eclosionar. La gallina y el pollito golpean simultáneamente con su pico la cascara para que se rompa. No es mas que en esa voluntad común de romper la cascara del ego que este acaba por romperse. Evidentemente nadie mas se puede tener en cuenta.

Gracias.


Entrevista realizada en mayo del 2008. Traducción : Roberto Poveda Anadón. Reproducción prohibida. Descargar en formato pdf.


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